miércoles, 8 de junio de 2011

Pierdo el norte con sus verdades y el sur con sus besos, el este con sus caricias y el oeste con sus susurros, que a pesar de todo, a fin de cuentas, lo que él me transmite es una felicidad en estado puro, brutal, natural, volcánica. Me transmite locura y tranquilidad sin planear ni decidir nada. Solo se cruzó en mi vida, y me gustó mucho, incluso más que el chocolate, que la granizada de limón, que el color rosa, que una Coca-cola en los días de calor y que un Cola-Cao en los días fríos, más que ese regalo de reyes tan esperado y más que el olor a lluvia… que el hielo en enero, que ver un atardecer en la playa y que oler palomitas recién hechas. Ha cogido mi vida de la mano y la guía por el camino de la felicidad, de las risas, del amor, de la dependencia, de la poca fuerza de voluntad, de las miradas con mensajes subliminales, del echar de menos, de los recuerdos y de momentos en los que no hemos hecho otra cosa que reír sin parar. Él es mejor que los excesos de cariño, mejor que el verano, que llorar de la risa y que la libertad y todo porque entró en mi vida sin más, sin avisar, sin pedir permiso, y en un abrir y cerrar de ojos, arrasó con mi mundo… como un huracán.

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