Es sabido que las mujeres somos amigueras, y precipitadamente amigueras
también…desde el primer “hola” en el pasillo de un centro de estudio,
hasta aquel “qué frío” en la parada del bus, nos vamos considerando amigas de…
Es por eso que hay tantos y tantos tipos de amigas:
Hay amigas
“muy de circunstancia”, como las que coinciden con un
curso o con un trabajo temporal, como la amiga de vacaciones en la niñez, con
quienes sintonizamos casi inmediatamente; las de esos encuentros sabidamente
pasajeros, en los que confesamos absolutamente todo, lo que nos gusta, lo que
odiamos, lo que amamos y repudiamos…y, es en esa afinidad de contar y escuchar
que, encontramos esa complicidad tan femenina como auténtica.
Hay amigas, que se tienen durante
largo tiempo, pero con menor intensidad…amigas que son el fruto
de una relación de trabajo o de vecindad, con las que se comparten cosas más
cotidianas incluso muy domésticas, pero, con las que se gesta una honesta y muy
imprescindible solidaridad.
Hay unas amigas, a las que, frecuentamos
poco, amigas que no hemos tenido nunca muy cerca; pero que es
tan bueno que estén ahí, que, cada “puesta a punto”, es una interminable fiesta
de risas y llanto.
Hay amigas
casi del alma, amigas espirituales, las de las afinidades
infinitas, de libros compartidos, masticados, discutidos, escupidos…de ideas
conversadas, amadas, rechazadas…amigas que nos ayudan a creer, cambiar, crecer.
Y de entre las más queridas,
las más fundamentales, están las amigas de toda la vida:
la que siempre te hizo el aguante, siempre tiene un café pronto, escucha, critica,
y se agobia de que tengas tantas otras amigas que pasan de largo; están
dispuestas a todo por vos…la que con el tiempo, parece que menos se te parece,
pero lo sabe todo de vos, te conoce cada nueva celulitis, cada peca, y cada
mueca; sabe de tu primer beso, tu gran amor, tu pasión, tu vocación; tu
virtud, tu más defectuoso defecto, tu talento, tu frustración….esa peli
inolvidable, esa playa, esa canción…con la que cada vez hablas menos,
porque basta una mirada para verle el corazón.
Y entre empatía y charlas de
amigas, sucede y sucederá que, hasta lo más insignificante, aquello menos
importante, cobra sentido y vigor cuando en una desvelada, o en un murito
cualquiera, o en el borde de la cama, se las contás a una amiga: es
cosa de amigas.
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